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Un famoso tapiz de los Reyes Magos

Aunque fue custodiado por las religiosas clarisas, sufrió mutilaciones y finalmente fue cedido a la Iglesia Católica, tras rechazar cifras millonarias para su venta, y se conserva en la sede de la Conferencia Episcopal Argentina.
«Hace buen rato que el pequeño sordomudo anda con sus trapos y su plumero entre las maderas del órgano. A sus pies, la nave de la iglesia de San Juan Bautista yace en penumbra. La luz del alba -el alba del día de los Reyes- titubea en las ventanas y luego, lentamente, amorosamente, comienza a bruñir el oro de los altares. Cristóbal lustra las vetas del gran facistol y alinea con trabajo los libros de coro, casi tan voluminosos como él. Detrás está el tapiz, pero Cristóbal prefiere no mirarlo hoy. De tantas cosas bellas y curiosas como exhibe el templo, ninguna le atrae y seduce como el tapiz de la Adoración de los Reyes; ni siquiera el Nazareno misterioso, ni el San Francisco de Asís de alas de plata, ni el Cristo que el Virrey Ceballos trajo de la Colonia del Sacramento y que el Viernes Santo dobla la cabeza, cuando el sacristán tira de un cordel. El enorme lienzo cubre la ventana que abre sobre la calle de Potosí, y se extiende detrás del órgano al que protege del sol y de la lluvia. Cuando sopla viento y el aire se cuela por los intersticios, muévense las altas figuras que rodean al Niño Dios. Cristóbal las ha visto moverse en el claroscuro verdoso. Y hoy no osa mirarlas. Pronto hará tres años que el tapiz ocupa ese lugar. Lo colgaron allí, entre el arrobado aspaviento de las capuchinas, cuando lo obsequió don Pedro Pablo Vidal, el canónigo, quien lo adquirió en pública almoneda por dieciséis onzas peluconas. Tiene el paño una historia romántica. Se sabe que uno de los corsarios argentinos que hostigaban a las embarcaciones españolas en aguas de Cádiz, lo tomó como presa bíblica con el cargamento de una goleta adversaria. El señor Fernando VII enviaba el tapiz, tejido según un cartón de Rubens, a su gobernador de Filipinas, testimoniando el real aprecio. Quiso el destino singular que en vez de adornar el palacio de Manila viniera a Buenos Aires, al templo de las monjas de Santa Clara”.

De este modo, Manuel Mujica Láinez, el gran escritor pero a la vez magnífico coleccionista describía este tapiz en uno de los capítulos de su Misteriosa Buenos Aires el tapiz de Rubens.

Pastor Obligado -el de las Tradiciones Argentinas- en la cuarta serie de 1898, fue quien salvó del olvido este Primer Tapiz como tituló ese capítulo, ya que por entonces se decía que el primero de nuestra ciudad había llegado de la mano de Fabián Gómez y Anchorena, aquel dandy porteño que instaló una casa desarmable, o los que se exhibieron en la inauguración de Palacio Hume en la avenida Alvear.

Al año siguiente, el 7 de enero de 1899 en la revista Caras y Caretas con el seudónimo de Figarillo se dio cuenta del “precioso Gobelino auténtico que mide treinta metros cuadrados y es el sexto en importancia que ha salido de la Manufactura de Gobelinos y el único que falta en la colección de estas obras de arte, que posee la Francia”. Hasta hace una veintena de años, las monjas ignoraban el tesoro que poseían y él les fue revelado no solamente por el Dr. Laphitz, Capellán del Convento y hombre de ilustración, sino también por ofrecimientos de compra, hasta por trescientos mil francos, que les presentaban diversos comisionados de la Manufactura que lo tejió. El Gobelino estaba entonces tapando una ventana, como cosa sin valor, y ese servicio lo deterioró un poco; pero luego de conocida su importancia, fue colocado donde hoy se encuentra.

Después de hacer un reconocimiento a Obligado que había rescatado su manufactura, agregó el cronista: “Esta tela es una fortuna para las monjas, que hoy no ignoran ya el valor de su prenda y que sabrán defenderla contra las asechanzas del interés privado, impidiendo, que como otras obras artísticas que poseyeron los templos porteños, dejadas por los españoles, sean robadas o sustituidas por malas copias, como ocurrió con el Murillo que poseían los Franciscanos y el Cristo de Van Dick que había en la Catedral y que a pretexto de restauración fue cambiado por la mala tela que hoy existe, cosa no imposible, puesto que no hace dos años fue robado de Sevilla -por el mismo método- nada menos que el Niño de San Antonio, de Murillo, que era una joya”.

Detalles

Enrique Udaondo, María Dolores Ledesma de Casares se ocuparon del tema y finalmente Astrid Maulhardt, fue quien reveló interesantes detalles de la pieza que se encontraba en la iglesia de San Juan, al lado de la que estaba el monasterio de Nuestra Señora del Pilar de las monjas clarisas capuchinas, y en cuyo patio se encuentran sepultados los caídos en la reconquista de Buenos Aires, llevada a cabo el 12 de agosto de 1806, día en que la iglesia recuerda a Santa Clara de Asís y también durante la Defensa de la ciudad en julio de 1807.

La última contó con un grupo de historiadores entre los que se encontraba el Dr. Miguel Angel De Marco entonces presidente del Instituto Nacional Browniano, que permitió confirmar en qué nave había llegado la pieza a Buenos Aires.

Según Udaondo, el tapiz habría sido “obsequiado por el rey Fernando VII al Gobernador General de Filipinas, Don Mariano Fernández de Folgueras” y llegó a “Buenos Aires como producto de la buena presa de corsario de bandera de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.

Llevado a pública subasta fue comprado como alfombra por el canónigo Pedro Pablo Vidal, sacerdote patriota en la suma de 16 onzas de oro españolas. La señora de Casares hace la conversión al valor de la época y su equivalente es de 272 pesos fuertes, calculemos que entre 250 y 300 pesos, era el precio de un esclavo. Nuestro sacerdote se lo obsequió a las religiosas que lo colocaron en el coro de la iglesia cubriendo una ventana, expuesto a los rayos del sol y la lluvia, cubierto su frente por una cortina de raso que permitía descubrirlo en ciertas fiestas solemnes de la iglesia. Por otra parte, se pudo confirmar que presenta una gran similitud con una tela adquirida por el Museo de Bellas Artes de Lyon (Francia), obra de Rubens; lo que se confirma en la similitud de las vestimentas, posiciones de los cuerpos y el fondo de la escena.

Mutilaciones

Al poco tiempo empezó a sufrir mutilaciones. Según Obligado la religiosa que oficiaba de hermana portera, comenzó por piedad hacia las otras monjas a recortar alfombritas para que sobre ellas se sentaran y no sobre las frías losas del claustro. Sor María Josefa Dolores, la hija de Cosme Beccar el fundador de ese apellido en Buenos Aires, era monja clarisa mientras que su hermana cuyas dos primogénitas Mar’a Manuela Rosa lo era en las Catalinas; fue sor Dolores la clarisa, quien entre 1828 y 1839 se encargó de restaurar la obra. En 1876 volvieron a acometer la tarea de preservarla y para ello reforzaron su orilla con un ribete de hule y en 1890 el padre Lapithz lo hizo enmarcar.

En 1928 una comisión de expertos franceses examinó el tapiz y aclaró que no se trataba de un gobelino, sino de un tapiz de Bruselas, de la época en que España dominaba Flandes.

Como lo señala Dolores Ledesma de Casares, “en el extremo inferior derecho, abajo del perro, se encuentra la marca de la manufactura B-B tejida en lana roja, Las dos BB separadas por un escudete constituyen el sello que lleva el tapiz, era la marca obligatoria desde el año 1528 indicadora de la ciudad y ducado (Bruselas-Brabante)”, lo que otorga cierta precisión en cuanto a su origen

Exhibido en la gran exposición de arte sacro de 1934 en ocasión del Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, fue restaurado al año siguiente bajo de la dirección de Antonia García, que fue parte de la Real Tapicería y Fábrica de Alfombras de Madrid, junto a tres personas; trabajos que costeó con su proverbial munificencia don Leonardo Pereyra Iraola. Cuando en 1983 las religiosas se trasladaron a Moreno, dado que con el desarrollo edilicio del barrio era conveniente para su vida de meditación, lo llevaron consigo.

Enterado poco después por uno de los padres bayoneses del traslado del tapiz, el profesor Carlos María Gelly y Obes, presidente de la Comisión de la Reconquista se reunió con el entonces Arzobispo porteño, cardenal Juan Carlos Aramburu, junto con los doctores Belisario Moreno Hueyo y Emilio Cárdenas para expresar su preocupación por el adecuado cuidado que merecía esa pieza.

Finalmente las religiosas clarisas y el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina Cardenal Raúl Francisco Primatesta, firmaron un acta el 6 de agosto de 1985 por el cual ceden a dicha conferencia el tapiz, que ellas habían preservado rechazando ofertas hasta del país y del exterior por cifras millonarias.

Después de otra restauración se guarda en la gran sala de la Conferencia Episcopal en la calle Suipacha. Como ya lo señaló la señora de Casares sería bueno que en ciertas oportunidades se pudiera exhibir “el tapiz más rico de las monjas más pobres”.

El autor es historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.

 

 

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