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Reflexiones sobre el discurso presidencial

En este tiempo de crisis, es preciso comprender cuáles son los lineamientos del cambio que propone el presidente Milei, quitándole sus expresiones de confrontación que lo hicieron popular y ganar las últimas elecciones.

Que el presidente Javier Milei es un fenómeno completamente nuevo y aún poco comprensible en la política argentina, es una verdad de Perogrullo. Sus modos disruptivos y de confrontación fueron, precisamente, aquellos que lo llevaron a gozar de tanta aparición mediática, de popularidad en un sector de la ciudadanía, y del apoyo para ganar las últimas elecciones. En una República, las formas son importantes y no un dato menor, pero lamentablemente el debate por los asuntos de la polis, en esta que vivimos, se ha ido transformando más en un campeonato de hinchadas que sólo buscan “hacerle el aguante” al propio líder, y en denigrar a los adversarios. Intentaremos, pues, corrernos de este comportamiento que recorre a Argentina desde 2001 hasta aquí, para procurar reflexionar sobre el discurso del presidente en la apertura de las sesiones del Congreso de la Nación.

Una y otra vez, debemos recordar que nuestra Constitución Nacional, al referirse a la organización del poder político del gobierno federal, primero enuncia al Poder Legislativo, porque en el reside la soberanía del pueblo. Como somos un Estado de Derecho, nos gobernamos con leyes, que son debatidas y aprobadas por el Poder Legislativo. El presidente de la República abre las sesiones del Congreso, reunido en asamblea legislativa (es decir, las dos cámaras que lo componen), cada 1 de marzo desde 1995, debido a la reforma constitucional de 1994, que extendió el período de las sesiones ordinarias.

Veamos lo positivo: el presidente Javier Milei asistió personalmente a dar lectura a su discurso, a pesar de que una semana antes se refirió a los miembros del Congreso de la Nación en términos despectivos e insultantes. Cabía la posibilidad, tal como hacía Hipólito Yrigoyen, de que sólo enviara un discurso por escrito. Bien sabemos que esta nueva administración carece de mayoría legislativa en ambas cámaras, por lo que sí o sí requiere de negociar y llegar a acuerdos con otras fuerzas políticas. Esto es parte del proceso legislativo en cualquier país democrático, porque una de sus funciones es equilibrar y controlar al Poder Ejecutivo.

Más allá de las expresiones despectivas que podría haber evitado, si es que su voluntad es la de tender puentes con otras fuerzas políticas, planteó una serie de líneas políticas para emprender un cambio hacia una sociedad moderna y una economía dinámica que nos transforme, una vez más, en un país relevante en el esquema mundial. Ello permitirá, por fin, dar vuelta a toda una época de políticas públicas equivocadas que nos han traído a la hiperinflación, la pobreza y la marginalidad de gran parte de la población argentina. Necesitamos inversiones, producción, innovación, dar un salto cualitativo en la educación, brindar seguridad jurídica y proteger el derecho de propiedad privada. En ese sentido, el Pacto de Mayo tiene elementos interesantes, pero no suficientes, y el Poder Ejecutivo debería estar dispuesto a incluir a la educación, la reforma del Estado y la lucha sistemática contra la corrupción como políticas de Estado. La inviolabilidad de la propiedad privada ya está consagrada en la Constitución, por lo que es una redundancia incluirla.

Por otro lado, la convocatoria es a los gobernadores, como si ellos pudiesen dar instrucciones a los diputados y senadores de la Nación. Ya no son los tiempos del “orden conservador”, como denominó Natalio Botana al período 1880-1916, cuando entre el presidente y los mandatarios provinciales diseñaban las listas de candidatos al Congreso y, aun así, esto no garantizaba el voto disciplinado. Los diputados y senadores son elegidos por el voto de la ciudadanía, y son electos tanto representantes de los oficialismos como de las fuerzas opositoras. El presidente precisará, entonces, un pacto fiscal, educativo y de reforma del Estado con los gobernadores, y a la vez otro acuerdo con las fuerzas parlamentarias con las que pueda tejer una suerte de coalición más o menos estable, que lo acompañe con la mayoría de los proyectos de ley, a ser consensuados y revisados en forma permanente.

Esto requerirá una actitud constructiva, la voluntad de crear una atmósfera favorable al diálogo, el respeto irrestricto a las instituciones republicanas y a las autonomías provinciales, la creación de confianza entre los interlocutores. Al gobierno federal lo componen los tres poderes, cada uno con atribuciones precisas de acuerdo a la Constitución. Que la templanza, la serenidad, y un sano patriotismo inspiren a cada uno de los actores políticos para que se inicie un ciclo virtuoso de prosperidad, de paz y de creación de más y mejores oportunidades.

Por Dr. Ricardo López Göttig

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