El poder de un gesto divino en lo cotidiano

¡Qué bien lo hiciste! ¡Te felicito! ¡Qué lindo te queda eso! ¡Me encanta ese corte de cabello! ¡Estoy muy orgullosa de ti! ¡Sé que tú puedes!
Podría seguir con frases alentadoras, positivas, motivadoras y seguro tú tienes algunas también que dices, te han dicho o te gustaría que te digan. ¿Recuerdas alguna frase o algún gesto que alguien haya hecho por ti y que te haya cambiado el humor?
Hay días en los que, quizás no lo sabemos, pero necesitamos un «empujoncito de ánimo», de optimismo, pero también hay días en los que todo parece que marcha bien y es ahí donde podemos ser quienes promuevan ese «optimismo» que nos gusta recibir a nosotros.
Hace poco vi un video en redes sociales de una joven que elogiaba a otras personas en la calle; mientras caminaba, no decía nada extravagante, simplemente a quien pasaba le decía algo lindo con una sonrisa. ¡Era tan contagioso ver la cara de las personas que recibían el elogio!
Justamente, un día de estos, caminando por la calle y pensando en mil cosas, una mujer que no conozco me dijo algo súper bonito. Yo no me lo esperaba, pero automáticamente se dibujó una sonrisa en mi cara que no pude disimular y le agradecí.
Hay personas así, «personas vitamina», personas que te ayudan a ponerte bien, que te hacen bien y te levantan. Pensamos que tenemos que hacer grandes gestos para cambiar el mundo que nos rodea, pero, a veces, los pequeños gestos son los más grandes y los que realmente dejan marcas para siempre. Gestos que son recordados. No personas o frases, sino gestos.
Probablemente, no vuelva a ver a la señora que me elogió en la calle porque no se ni quién era, pero el gesto todavía lo recuerdo. Y, de hecho, me empujó a escribir este artículo.
Hay muchas cosas por hacer para demostrar que somos diferentes, que tenemos algo, o mejor dicho, a ALGUIEN que nos anima a ser mejores: Un comentario, ayudar a alguien a cruzar la calle, compartir un versículo, sonreír, saludar, ser respetuoso, animar o abrazar.
En hebreos 13:2 dice: «No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles».
Demostremos afecto. Dios nos ve, nos ayuda a hacerlo y, por sobre todas las cosas, es nuestro mayor ejemplo de amor hacia los demás. Estoy segura de que, cuando no podamos hacerlo, vendrán otros —quizás incluso desconocidos— a levantarnos.