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Milo J anunció que las regalías de su tema con Silvio Rodríguez irán para Abuelas

El artista argentino sigue sumando hitos a su carrera. Con tan solo 18 años, subió al escenario del Movistar Arena por primera vez y cantó «Luciérnagas», una de las canciones de su último álbum que interpreta junto a Silvio Rodríguez.

Durante el show, el argentino anunció que las regalías de la canción que fue grabada junto al trovador cubano serán destinadas, en su totalidad, a la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo.

A mitad del concierto, el escenario quedó en penumbra. Silvio anunció que invitaría a “un muchacho con mucho talento”, repitiendo la palabra talento como quien subraya una certeza. Entonces apareció Milo J, apenas un pibe de 19 años que ha revolucionado la música argentina. Subió con paso tímido, casi sin respirar. Silvio lo abrazó fuerte, lejos de los focos, y le cedió el escenario. El pibe formó un corazón con las manos; Silvio respondió con una sonrisa cómplice.

“Es la primera vez que lo veo… y estoy cagado en las pastas”, dijo el joven, con la voz temblorosa. Luego, guitarra en mano, interpretó Luciérnaga, la canción que escribió para su abuela y grabó junto al trovador. “Te veo, te sueño y te extraño”, coreó el público entero, acompañando la emoción.

Al terminar, Milo anunció que donarían las regalías del tema a las Abuelas de Plaza de Mayo. Silvio volvió a abrazarlo y el estadio se llenó de gritos: “¡Milooo, Milooo!”. El trovador le ofreció cantar otra canción, pero el chico, con los ojos brillando y todavía nervioso, respondió: “Gracias, maestro. Quiero disfrutar de su show”. Detrás del telón, lo esperaba su madre: “Lo lograste, hijo”, le dijo; “Lo logramos, ma”, respondió él, en plural.

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Ese plural lo dijo todo: no era solo un triunfo personal, sino una conquista colectiva. Lo que había ocurrido en ese escenario trascendía el gesto artístico; era una conversación entre generaciones, una herencia que se renueva. En ese abrazo entre el trovador que marcó una época y a varias generaciones y el pibe que representa otra, se selló una continuidad: la de la canción como refugio, como memoria y como acto de amor compartido.

Y en ese intercambio se cruzaron generaciones, geografías y heridas, como si una luciérnaga se posara por un instante sobre la memoria colectiva.

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