Cómo vivir en gracia y paz en tiempos del cólera

Vivimos días en los que las noticias parecen todas negativas. Actos violentos que estremecen nuestras naciones, rumores de guerra, crisis económicas, polarización política y tensiones sociales llenan los titulares. Pareciera que atravesamos nuestros propios «tiempos del cólera». Y, al igual que en la obra de Gabriel García Márquez, no hablo solo de una enfermedad, sino de una sociedad herida por la ira, la ansiedad y la desconfianza.
En medio de un mundo así, la pregunta es inevitable: ¿cómo encontrar calma, dirección y esperanza? Curiosamente, hace casi dos mil años, un hombre que también vivía en un contexto de conflictos, persecución y divisiones —el apóstol Pablo— comenzaba sus cartas con un saludo que era más que una cortesía: «Gracia y paz».
La gracia no es solo un concepto religioso, es el favor inmerecido de parte de Dios que nos levanta cuando hemos llegado a nuestro límite. Es lo que nos permite seguir cuando sentimos que no podemos más. Es la mano del Señor empujándonos más allá de lo que nuestras fuerzas pueden lograr. Esa gracia no se gana, se recibe. Y es la que nos transforma, quitando la ira, la desesperanza y la culpa. Es la que te recuerda que, aunque hayas caído, puedes levantarte otra vez.
Cuando Pablo hablaba de paz, usaba el término hebreo shalom. No era simplemente «estar tranquilo» o «sin problemas», sino vivir en plenitud, en armonía con Dios, contigo mismo y con los demás. En tiempos de crisis, esa paz no es un lujo, es una necesidad. Es un ancla que sostiene el corazón cuando todo alrededor parece moverse. Y, cuando recibimos esa paz, no podemos guardárnosla, estamos llamados a extenderla. Ser pacificadores en medio del ruido y el caos. Llevar calma donde hay pleito.
Un saludo que derriba muros
En griego, la palabra para gracia es χάρις (cháris). Era un saludo común en la cultura helenista, que transmitía favor y bendición. En hebreo, paz es שָׁלוֹם (shalom), y para el pueblo judío era una declaración de bienestar integral.
Cuando Pablo saludaba con «gracia y paz», no solo estaba siendo cortés, estaba tendiendo un puente entre dos mundos: a los griegos les hablaba en su propio lenguaje, de la cháris, la gracia que transforma. Y a los judíos: les recordaba el shalom prometido por Dios.
Era un mensaje inclusivo y evangelístico: la gracia de Cristo abre la puerta para vivir en paz con Dios. Así, Pablo alcanzaba tanto a quienes ya creían como a quienes aún no habían escuchado la Buena Noticia.
Si queremos ser luz en estos tiempos, debemos recuperar ese espíritu. Que nuestras palabras y acciones transmitan lo mismo: gracia para los que fallan, paz para los que soportan. No somos ingenuos, sabemos que vivimos en un mundo roto. Pero, en Cristo, tenemos lo que el mundo no puede dar: la gracia que salva y la paz que transforma.
En estos tiempos de crisis, cuando la ansiedad, la ira y la incertidumbre parecen imponerse, estamos llamados a buscar la paz de Jesús. No una paz superficial o momentánea, sino esa paz que nace de la relación viva con Él. Pero no podemos olvidar que esta paz se sostiene y se alimenta de la gracia, la gracia que Dios derrama sobre nosotros para sostenernos, restaurarnos y levantarnos; y la gracia que nosotros debemos extender a otros, incluso a quienes nos cuesta.
Que este no sea solo un saludo antiguo, sino una realidad que vivamos y compartamos cada día. Que podamos ser portadores de la gracia y la paz que tanto necesita el mundo.
«Deseo que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les den su amor y su paz» – 1° Corintios 1:3 (TLA).



