El documental sobre María Soledad Morales: “Hay una Sole que sólo pueden construir sus amigas, aún no fueron escuchadas”
Las amigas de María Soledad Morales tuvieron que negociar para poder salir a la calle a exigir justicia. Tuvieron que negociar, en principio, con la hermana Martha Pelloni, la monja que oficiaba de rectora en el Colegio del Carmen y San José. La mismísima Policía de la provincia de Catamarca había ido a amedrentar esas intenciones, pero las amigas de “Sole” insistían: había que marchar. No querían quedarse sin hacer nada después de que el cuerpo de su amiga y compañera de 5º año fuera encontrado sin vida cerca de la ruta, en las afueras de San Fernando del Valle de Catamarca y unas 48 horas después de la última vez que la habían visto viva.
Prometieron silencio esas amigas. Silencio a lo largo de la caminata por el centro de la ciudad en la que se harían ver, harían ver sus uniformes, su desesperación, su furia, su desconcierto, pero no harían ruido. Esa fue la moneda de cambio que le ofrecieron a Pelloni, preocupada porque la marcha las expusiera en medio de un crimen en el que empezaba a percibir una trama truculenta.
Esa negociación fue la que les dio nombres a las marchas que exigieron justicia por María Soledad desde septiembre de 1990: las Marchas del Silencio. Ya en el segunda estaban no sólo las amigas de “Sole”, sino también Ada y Elías Morales, sus padres, y la propia Pelloni. La más multitudinaria de todas las marchas que organizaron en la capital catamarqueña contó con 30.000 personas: uno de cada tres habitantes de la ciudad caminó para que se hiciera justicia.
Más de tres décadas después del crimen que paralizó a Catamarca y que conmovió a la Argentina entera, son esas amigas las que hablan. Son sus voces las que, en coro, protagonizan María Soledad: el fin del silencio, un documental dirigido por la realizadora Lorena Muñoz y disponible en Netflix desde hace algunos días.
“Hay una María Soledad que sólo pueden construir sus amigas, que eran sus pares y que, justamente por eso, sabían cosas que otras personas no sabían. En aquel momento, sus voces no fueron escuchadas, tal vez porque era otro momento del mundo. Las cosas cambiaron y creo que ahora las voces de un colectivo de mujeres se escuchan de otra manera. Y lo que hicieron esas amigas fue un acto de sororidad aunque todavía no usáramos esa palabra”, dice Muñoz.
El documental empieza en la noche de aquella fiesta que el curso de Morales organizó en un boliche para recaudar fondos para el viaje de egresadas a Villa Carlos Paz y de la que la joven nunca volvió a su casa. Pasa por las aulas que ocuparon “Sole” y sus amigas, por el despacho de la hermana Pelloni, por el archivo de los noticieros sobre el hallazgo del cuerpo destrozado de Morales y por material fílmico de los dos juicios que se hicieron por el crimen. Es que el primero volvió a foja cero cuando se descubrió que el propio tribunal beneficiaría a los acusados. O al menos al más poderoso de ellos: Guillermo Luque.
María Soledad: el fin del silencio cuenta quién fue María Soledad Morales y también, en la voz de sus amigas y por algo que ella había dejado escrito durante un retiro espiritual organizado por el colegio, quién podría haber sido. “¿Qué amaba? La vida”, lee Rosana a varias de sus compañeras en el mismo lugar de Catamarca en el que habían llevado a cabo el retiro cuando eran apenas adolescentes. Algunas lloran, todas piensan en las décadas de vida que llevan sin compartir con “Sole”.
“No fue para nada difícil convencer a las amigas y compañeras de María Soledad para que participaran del documental. Fue un trabajo que hizo la periodista Mariana Montero, que trabaja en nuestro equipo, e hicimos un primer Zoom en el que junto a ella y a los productores, les contamos que queríamos contar a Soledad desde lo colectivo y desde ellas”, cuenta Muñoz, que también dirigió ficciones sobre las vidas de Gilda y Rodrigo.
El documental que dirige recorre la trama de encubrimiento policial y judicial a los llamados “hijos del poder”, el impacto que el caso tuvo a nivel provincial y también nacional -la presidencia de Menem terminó por intervenir Catamarca y, tras un llamado a elecciones, el malestar generalizado logró poner fin a los larguísimos años de los Saadi al frente del poder-, y también el desarrollo de las distintas instancias judiciales.
Las voces de las amigas de “Sole” tienen compañía en María Soledad: el fin del silencio. La hermana Pelloni y la periodista Fanny Mandelbaun, que realizó una extensa y comprometida cobertura del caso desde Catamarca, también participan, entrevistadas por Muñoz. Y lo hace el fiscal Gustavo Taranto, quien encabezó las acusaciones contra Luque -hijo del primer diputado nacional que resultó expulsado de la Cámara Baja por su vínculo con el caso- y contra Luis Tula. Ambos fueron condenados por el crimen de María Soledad, aunque Luque como autor del asesinato y la violación, y Tula como partícipe necesario. Ambos ya están en libertad.
El material de archivo muestra los testimonios, a lo largo de años y años esperando justicia, de los padres de María Soledad, así como algunas declaraciones escalofriantes de algunos de los integrantes del poder más arraigado de Catamarca frente a los hechos. Tal vez la más impactante sea una que Ángel Luque, el padre de Guillermo, hizo al diario Clarín: “¿Usted cree que si mi hijo hubiera matado a alguien aparecería el cadáver?”. Esos niveles de impunidad fueron los que atravesaron el caso, un femicidio en la época en la que la Argentina todavía no usaba esa palabra y al que, por entonces, muchos calificaron como un “crimen pasional”.
Los careos a lo largo del proceso judicial también llaman la atención. Sobre todo porque allí está en juego esa trama de poder detrás del caso, que llegaba incluso hasta al propio Menem, quien fue cuestionado por parte de la población catamarqueña por su cercanía a los Saadi y a los Luque, y que apeló a la intervención, algo que algunos en Catamarca leyeron como una traición.
Es que en esos careos puede verse el entredicho entre dos testigos en los que siempre hay alguien señalado por desdecir lo que alguna vez había contado sobre el caso: la desmentida tenía siempre las amenazas desde las más altas esferas del poder como telón de fondo. “Hay algo de pueblo chico, infierno grande en esos careos. Se ve que hay algo tremendo ocurriendo detrás”, sostiene Muñoz.
“Quería construir a María Soledad respecto de qué soñaba, cómo quería ser. Para eso sirvió el escrito que ella, como sus amigas, dejó hecho en el retiro espiritual. No queríamos hablar de María Soledad como un caso sino como una persona, y las voces de las amigas eran cruciales”, cuenta la realizadora.
“Cuando empezamos a investigar vimos que era súper necesario un documental sobre ella, porque si bien enseguida se hizo la ficción –El caso María Soledad, protagonizada por Valentina Bassi y Carolina Fal– no se había contado lo ocurrido desde este registro. Y en ese sentido, vimos que las amigas eran las grandes protagonistas ausentes. Es otro momento del mundo y del país, y era momento de darles lugar a esas protagonistas: ese fue el puntapié inicial de este trabajo”, suma.
Son, entonces, las amigas las que cuentan esas horas decisivas de los primeros días de septiembre de 1990, y los 34 años de ausencia de esa amiga a la que extrañan. Es Rosana, una de ellas, la que recuerda cómo le insistió para que se fuera a dormir con ella y no se encontrara con Luis Tula. “Tendría que haber sido más firme”, llora Rosana mirando a cámara. Son ellas las que reconstruyen las horas previas al rapto, la violación y el asesinato, en plena fiesta y recaudación de fondos.
Las amigas de “Sole” se acuerdan de los poemas que ella escribía para un amor prohibido, y el grito que pegó una de ellas cuando escuchó a Elías Morales confirmarle a Pelloni que su hija estaba muerta. Se acuerdan del caos que empezó inmediatamente después de ese grito en el aula, y de la decisión colectiva de marchar juntas en las calles de su ciudad.
Marilyn Varela, una de esas amigas, todavía tiene una cicatriz en el brazo: se cortó en medio del caos tras la noticia de la muerte de “Sole”. Varias se acuerdan de cómo el ataúd estaba bañado en lágrimas de familiares y amigas, y de cómo la Policía quiso frenar las intenciones de cualquier manifestación posible. “Ya asomaba el encubrimiento”, le dice Marilyn a la cámara.
Se acuerdan de cómo los conductores bajaban de sus autos y se quedaban inmóviles y en silencio, en un gesto de acompañamiento a las marchas que organizaron. Primero, 500 estudiantes secundarias. Y luego, miles y miles de personas conmovidas por el crimen en Catamarca e, incluso, en abril de 1991, en una marcha nacional que se replicó en varias ciudades del país.
Todas esas amigas, reunidas alguna vez en un aula, después frente a un cajón en un sepelio, y durante años en la calle para pedir justicia, se reúnen una vez más y convocadas por el equipo del documental. Lo hacen allí donde, siendo estudiantes y junto a “Sole”, habían participado del retiro espiritual convocado por Pelloni y el colegio. Es ahí donde, un poco con risas y otro poco con llanto, recuerdan a su amiga. Se abrazan y escuchan las palabras que dejó escritas hace tantos años. Están juntas, una de las mejores cosas que saben hacer las amigas, y caminan juntas como caminaron en silencio, hacia el cementerio y en las calles principales de la ciudad en la que exigieron explicaciones.
Y entonces Marilyn pone en palabras lo que, durante tantos años, habrán pensado reunidas y por separado: “No le fallamos a la Sole. La defendimos, como pudimos pero hasta el final”. Esas, las voces de sus amigas, eran las que no habían aparecido tanto alrededor de este crimen en el que nadie resultó condenado por encubrimiento y cuyos responsables fueron condenados casi ocho años después del femicidio, tras un primer juicio que, por vergonzante, tuvo que anularse.
“La figura del femicidio también fue cambiando a lo largo de los años. En aquel momento, como sororidad, era una palabra que no usábamos, aunque lo que hicieron con María Soledad fue eso: un femicidio. Hoy sigue habiendo uno cada 27 horas, es una barbaridad. Este documental tiene la pretensión de contar a ‘Sole’ a través de sus amigas y de acompañar la lucha actual”, asegura Muñoz.
Por eso su trabajo termina con una canción escrita por Thelma Fardin y Mora Navarro. Una canción que dice “Acá estamos todas juntas, no tenemos miedo / Dejo el cuerpo en esta lucha, ya no pierdo el tiempo / Nuestro grito se escucha, mi fuerza es tuya”.